El misterio de una identidad
Miro las caras de la gente y los lugares que me circundan, observo y disparo en el tiempo tan breve de un saludo, de una parada en un semáforo, de una petición información, de una mirada última o de alguien que se cruza en mi camino. Después viene el reposo para, pasado un tiempo, iniciar una nueva criba que induce al resarcimiento.
El hecho de rescatar imágenes de mi experiencia personal, ya sean propias o ajenas, no deja de sorprenderme. De algunas casi no me acuerdo a veces ni siquiera por qué dispare el objetivo hacia alguien o algo concreto entre la multitud o porqué aparté una imagen de una revista o periódico hace años, que vuelvo a seleccionar cuando hago una nueva revisión. Mientras otras jamás serán captadas o seleccionadas, por lo que nunca podrán formar parte de mis nuevas creaciones. Sin embargo, que se produzca en mi interior esa situación reiterada de sorpresa, no evita que me provoque una impresión de desasosiego. Cuando me interrogo sobre esta última sensación, se refuerza en mí ese perpetuo estado de incertidumbre en el que me ubico. Ahora menos que nunca se puede tener certezas sobre nada. Tampoco sobre los vericuetos de la creación artística propia.